De izquierda a derecha, «Toño», Jose, Noemí, Pamela y Atanasio escriben con orgullo en la pizarra la característica principal de su colegio: que todo su alumnado es de etnia gitana. (PAULA FERNÁNDEZ)
EL COLE DE LOS JIMÉNEZ JIMÉNEZ
La escuelina de Laviana se mantiene abierta gracias a
que hay cinco niños matriculados, todos de etnia gitana
Octubre 2015 / Gozón
PAULA FERNÁNDEZ (Laviana)
Pasar lista en la escuelina de Laviana es fácil. Sus cinco alumnos se apellidan igual: Jiménez Jiménez. Hermanos y primos de una familia que tiene estrecha relación con la parroquia. De hecho, la supervivencia de este centro rural es posible gracias a que los padres de estos niños rehusaron hace dos años de matricular a sus hijos en otros colegios porque supondría la desaparición de la escuelina. Algunos de ellos ni siquiera viven en Gozón, ya que sus padres están asentados en Llaranes (barrio de Avilés), pero acuden a diario al concejo vecino para aprender con las lecciones de María Teresa Fernández García.
La docente se estrenó el 9 de setiembre como maestra en Laviana. Valora de forma más que positiva los primeros días de curso. «Estoy encantada con ellos. Se están comportando muy bien. Al hacer la evaluación de principio de las clases, me quedé sorprendida de todo lo que saben de matemáticas los mayores («Toño» y Jose). Tienen un buen nivel», asegura.
El sistema educativo lleva más de 30 años intentando lograr la escolarización universal de la etnia gitana y que sus resultados académicos no sean tan diferentes a los que logran los payos. Pero ahí es donde chocan los puntos de vista de unos y otros. Manuel Alejandro Jiménez Jiménez, padre de Pamela Jiménez Jiménez, alumna de la escuela de Laviana, reconoce que «a mis hijos no les obligo. Si quieren estudiar, que estudien. Al mayor, le dije que si no quería estudiar ni se veía preparado, que después de acabar el instituto a los 16 años se metiera a hacer un módulo para aprender un oficio, por lo menos». En cuanto a la formación de su hija sigue pensando lo que muchos padres, independientemente de su raza: «me gustaría que Pamela fuera abogada, médica… pero si no puede ser, no puede ser». El hombre incide en que «pocos gitanos estudian en Asturias», aunque él ya matriculó a sus hijos en la escuela con menos de tres años.
Las costumbres étnicas también afectan al rendimiento escolar. Jose y Toño Jiménez Jiménez, los más mayores de la escuela de Laviana, admiten que no suelen hacer deberes en casa. Estudios sobre educación en el colectivo gitano aseveran que las familias suelen preferir que sus hijos ayuden en las tareas del hogar o en trabajos como puede ser la venta ambulante. Precisamente, Toño explica que de mayor quiere dedicarse a «la compra y venta de coches. Mi padre es mecánico y le ayudo a arreglar los coches». Esta es una de las cuestiones donde hacen hincapié los docentes como Fernández García. «Voy a tratar de que lleven un poco de tarea todos los días para ver si cogen el hábito de trabajar en casa. Por lo menos repasar lo que dimos en clase. Si se consigue o no, es otra cosa. Esto va a ser a largo plazo», vaticina la maestra.
La forma de explicar las lecciones es algo diferente. «Hay que compaginar la tarea escrita intercalando mucho con un tipo de juego educativo porque enseguida se cansan», argumenta. La docente ensalza que el centro de Laviana, al contar con solo cinco alumnos (uno más de lo que exige la Consejería de Educación para mantenerlo abierto), es casi como una clase particular. «Hay que tratar de que aprovechen todos los recursos que tienen aquí», incide Fernández García
La escuelina de Laviana podría decirse, más que en ningún otro caso, que es un colegio familiar. Sus padres eligieron escolarizarlos en el centro que se ubica en uno de los bajos del poblado de Endasa precisamente porque todos sus alumnos son primos o hermanos. «Los traemos aquí por comodidad. Es el colegio del pueblo. Mi hijo de 15 años estudió aquí desde los dos años y medio, y mi hija, de 14 años, también, como pasó con otro sobrino y una hermana.
Además, la abuela de ellos, mi madre, vive aquí y muchas veces los mayores se quedan a dormir en su casa y le hacen compañía porque mis hermanos y yo nos dedicamos a la chatarra y estamos casi siempre trabajando», explica el padre de Pamela.
Otra razón de peso para no matricular a sus hijos en otro colegio es que «en todos donde puedas ir a apuntarlos hay niños gitanos. Si se juntan varios en una escuela siempre va a haber algún “pique” y puede haber peleas entre ellos. Por ejemplo, si mi hijo se pega con un payo y pierde, yo no voy a decir nada. Pero si se pegan entre niños gitanos, lo más seguro que haya problemas entre las familias», razona.
La forma de ser del alumnado de Laviana dista de la de otros centros rurales, debido precisamente, entre otras cuestiones, a la etnia. «Son muy espontáneos», comenta su maestra. Con ello alude a que a la hora de educarles en modales es más costoso que a otros niños.
Fernández García pone como ejemplo al más pequeño del aula, Atanasio: «Hay que formalizar normas y hábitos porque es un “culo inquieto”. Le favorece poco que esté aquí con los hermanos y primos. Los pequeños deberían tener un aula de Infantil para ellos solos. Es mi punto de vista como Técnico en Educación Infantil».
EL ASTURIANO, SU
ASIGNATURA PREDILECTA
El baile y el canto son las pasiones de los cinco niños de Laviana: Toño, Jose, Noemí, Pamela y Atanasio. En el terreno académico, sus asignaturas preferidas son asturiano y lengua. Ello puede deberse a que por el simple hecho de ser gitanos aprenden dos idiomas, el castellano en la escuela y el romanó que les enseñan en casa. Por eso, tienen más capacidades, a priori, para dominar otras lenguas. Solo queda poner ganas y empeño en ello.
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