García de la Rosa, en La Ribera. La cueva que habita está al fondo de la imagen. (PAULA FERNÁNDEZ)
EL ERMITAÑO DE LUANCO
Javier García de la Rosa pasa parte de su vida
en una cueva cerca de la Isla del Carmen
Noviembre 2016 / Gozón
PAULA FERNÁNDEZ (Luanco)
Un cromo cambió su manera de ver la vida. Javier García de la Rosa, de 57 años, rememora que, cuando tenía seis años vio la estampa de un espeleólogo en el colegio y supo que ese iba a ser su hobbie de por vida. Y sacó el título de esta ciencia en sus tiempos de estudiante de bachiller. Una época en la que vivió a caballo entre Madrid, Barcelona y Luanco porque fue criado por un tíoabuelo, coronel del ejército y químico, ya que su padre era marino.
No tardó en convertirse en el ermitaño de Luanco para abrazar la soledad y el silencio entre las rocas. Dice que con 23 años empezó a cavar una cueva en la playa de Cabra Muerta de Luanco donde vivió hasta que rellenaron la zona con arena, a finales de la década de los 90. «Me llenaron de arena hasta casi la entrada a la cueva. Mis oídos ya no soportaban tener a los críos allí dando voces. Pusieron unas escaleras que dan directamente a la cueva. Me sentía como un chimpancé en un zoo y me marché; no lo resistía. Me pasé a la parte de atrás de la playa, que se llamaba El Corral y cavé otra. Pero un día llegaron para hacer el puerto nuevo y me volví a marchar», lamenta.
Ahora, está preparando otra cueva cerca de la Isla del Carmen, que es inaccesible por tierra. «Está en una zona que se llama Los Boletos. Para ir uso el kayak. Ahí ya me encuentro tranquilo», concreta.
Será el segundo ermitaño que habite el lugar. Alfonso Fernández, colaborador de EL FARO, recuerda la curiosa historia: «En el Islote de Peña Cercada, conocido popularmente cono Isla del Carmen, se venera a la virgen patrona de los marineros y por extensión de los pescadores. En este islote vivió durante muchos años un virtuoso ermitaño de nombre Santos. La ermita fue voto y obra de Agustín Álvarez, patrón de una pinaza, “Nuestra Señora del Carmen”, por haber apelado a su divina protección, logrando salvarse de un corsario ingles que le perseguía en un viaje del Ferrol a Betanzos».
García de la Rosa también vivió de forma convencional durante parte de su vida. Estudió una carrera de la rama sanitaria y estuvo varios años en plataformas petrolíferas americanas, donde «ganaba mucho, pero era muy duro», reconoce. Luego se jubiló con casi 40 años, cuando estaba de enfermero en Piedras Blancas.
A él le gustaba más su otra vida. No solo vivió en cuevas en la costa de Luanco, sino también en la isla canaria de La Gomera. Siempre de forma muy austera. «Yo no necesito televisión ni radio ni aparatos electrónicos. No tengo ninguna comodidad. Es solo la piedra y la arcilla. No necesito nada. Prescindo de todo lo demás. Si quiero música, toco mi guitarra y listo», argumenta.
Proyecto cinematográfico en el que participó. (P. ARES)
García de la Rosa ensalza las potencialidades de estar en una cueva. «Me aporta paz. Es el silencio absoluto. La cueva, si es buena, tiene la propiedad de la constancia de la temperatura. Si no es muy húmeda, es un habitáculo perfecto», explica.
Respecto a la peligrosidad de permanecer en una cueva al lado de la mar, asegura que «he pasado temporales dentro trabajando, pintando y haciendo esculturas. Me da más miedo cruzar una carretera o bajar unas escaleras. Hay que hacerlo todo con precaución. En una cueva me siento bien. He hecho permanencias en grandes profundidades, como de 300 o 400 metros y cimas verticales», dice. Al estar las cuevas en zonas poco accesibles, tuvo varios incidentes. «Tengo tres vértebras rotas y pocos huesos sin romper de caídas. Seguiré hasta que mi cuerpo aguante. Voy curando las lesiones poco a poco», concluye.
García de la Rosa tiene como objetivo a medio plazo viajar por el Sur de España. «Nunca he pisado Andalucía. Lo más cerca que estuve fue en Altea (Alicante). Es una pena porque me gusta mucho la guitarra, el flamenco, me encanta esa cultura. Sé que el mundo es muy grande y no hay tiempo para todo, por eso quiero conocer España primero. Yo viajo mucho a buscar otras cuevas. Ahora quiero visitar Motril, en Granada, a ver qué encuentro. Si no, me iré otra vez a La Gomera», confiesa.
Entre que vislumbra un nuevo horizonte, el ermitaño de Luanco no duda en participar en iniciativas novedosas. Sin ir más lejos, formó parte del elenco protagonista de un proyecto cinematográfico en el que también estuvo otro hombre muy conocido en Luanco: Pablo Ares (impulsor de SurfAstur).
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