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Jesús Gutiérrez Muñiz, en el puerto de Candás, lugar que le trae infinidad de recuerdos. (L. V.)

Jesús Gutiérrez Muñiz, en el puerto de Candás, lugar que le trae infinidad de recuerdos. (L. VENTURA)

CASI UN SIGLO VINCULADO A LA PESCA

Jesús Gutiérrez dedica el homenaje que le ha hecho el Puerto Deportivo de Gijón a su hermano «Tino», con el que lidió toda una vida en la mar

30/06/2023 / Carreño

LORENA VENTURA (Candás)

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Empieza y termina la conversación rememorando al «mejor patrón que se conocía en el Cantábrico». Jesús Gutiérrez Muñiz recuerda especialmente a su «hermanín del alma», «Tino», con el que formó una unión al quedarse huérfanos siendo unos niños. Lo hace a los 97 años y coincidiendo con un reconocimiento que le ha hecho el Puerto Deportivo de Gijón. Una placa en honor a «Suso, el de la Emperatriz» preside uno de los pantalanes del espigón de Fomento desde hace unas semanas. «Estuvo precioso, lleno de gente», resume el homenajeado. El acto contó con la presencia y unas bonitas palabras del escritor José Marcelino García.

 

El tributo llegó a la par que su retiro. El candasín puede considerarse el último lobo de mar de Carreño, ya que hasta mayo salía solo a pescar. «Lo dejé porque cansábenme los hijos. No veo de un ojo y he perdido audición. Pescaba calamares, muchas picas, bonito, lubinas... De todo. Antes, con mi querido hermano», reincide.

 

La suya es una historia de prosperidad no exenta de sinsabores. Nació el 31 de enero de 1926 en el seno de una familia vinculada al salitre conocida como «los de Ñudro». «Mi padre era muy curioso haciendo nudos», apunta Gutiérrez. Caprichos del destino, él estaba cuando su progenitor perdió la vida en el puente de mando del barco «Nuestra Señora del Carmen». A partir de ahí, siendo un adolescente, quedó a cargo de sus cuatro hermanos (Rosario, Etelvina, María Victoria y «Tino»). Sus tías también realizaron una labor importante por ellos, ya que su madre había fallecido con sólo 35 años.

 

En tiempos de posguerra,  «Suso» tiró por la economía familiar gracias a la pesca. Pocos años después, entre todos los hermanos mandaron construir otro barco en los Astilleros Anselmo Artime de  Luanco. Querían ponerle el nombre de «Sagrado Corazón de Jesús» en honor a la primera embarcación que tuvo su padre. Pero recibieron un «no» porque había la orden de que los barcos nuevos tenían que llevar nombres de la Armada Española. «Nos tocó el destructor Jorge Juan y me gustó porque pescamos tanto con él que le puse el nombre de Jorge a mi tercer hijo», indica el candasín. En 1961 compraron en Castrourdiales la primera «Emperatriz». «Los dos luchamos mucho. Él era muy bueno, el mejor patrón, al que ya no llamaban “el del emperatriz”, sino el “emperador”. Yo era el armador y empecé a quedarme en tierra», relata Gutiérrez, quien siempre tuvo un especial don para los negocios, aún sin formación. «Quiero que figure. “Tino” era lo mejor de Candás», reitera.

 

Ambos vivieron un sinfín de buenos y malos momentos en la mar. Aún sonríe al recordar una campaña en la que «cogimos 7.000 kilos de bocarte» en el País Vasco. Toda la flota estaba amarrada en Lekeitio por el temporal. Los dos hermanos decidieron echarse a la mar porque tenían la intuición de que habría calma tras ver un parte de que en Galicia reinaba el buen tiempo.

 

«MANÍN, CUIDADO»

Compañeros de Lastres trataron de quitarles la idea de la cabeza: «Manín, cuidado. ¿Estáis chiflados?».

El presidente de la Cofradía se llevó un susto mayúsculo cuando sonó la campaña de la rula local. Creyó que algo malo había ocurrido. Cuando vio las capturas les sacó un mote: «Los chulos del Cantábrico».

 

Por contra, «Suso» y «Tino» estuvieron a punto de morir en una galerna en el Atlántico en los años 60. Aquello fue una auténtica pesadilla. «Corríamos sobre rollos de mar que nos tapaban. Salvamos porque teníamos la nevera de atrás con 6.000 kilos de pescado, peso que aguantaba el barco», relata.

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«El águila del mar» de San Juan de la Arena corrió peor suerte porque «tenía la nevera en proa». «Lo vimos fundirse en la mar con toda la tripulación», lamenta Gutiérrez, quien dice que aún le cuesta dormir algunas noches porque «me vienen todas las imágenes de aquello». En un momento dado, los dos hermanos se abrazaron a modo despedida y se dijeron: «Esto se termina, esto se acaba». Un golpe de mar barrió con todo, pero finalmente se salvaron en los mares de Irlanda. «Aquello fue terrible. Pintaba en rojo, no se me olvida», agrega.

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Al margen de estos episodios, los 60 supusieron el despegue definitivo, sobre todo con la «Siempre Emperatriz», barco que se construyó en 1967 y con el que «entrábamos cargados a puerto». Las capturas daban para pagar los salarios de quince marineros más y «Suso» Gutiérrez logró hacer un edificio de cuatro plantas en La Baragaña, cuyo bajo albergó a La Perla.

 

Allí vivió con su mujer María Isabel Uría Tuya hasta que compraron un piso para que sus tres hijos (Herminia, Jesús y Jorge) estudiaran en Gijón. A ella la conoció en la infancia, pero hubo un reencuentro en el baile de La Nozaleda de Perlora que le dejó marcado. Y la cortejó mediante carta. «La familia de mi mujer tenía un bar-tienda en Aboño. A través de una muyer de la paxa (Ángela «La Madrileña») le mandé un escrito unos días antes del Cristo. Nos hicimos novios y nos casamos en Covadonga», dice el armador, quien vive solo desde que perdió a su amor hace trece años.  

 

«CORRER LA NOCHE»

El casi centenario recuerda que la bonanza familiar fue fruto del sacrificio. De hecho, hubo un tiempo en el que compaginó la mar con la gestión del salón de baile Palermo. Estaba en el edificio de Braulio Busto donde también se cosían redes, hubo un Ateneo del Mar y fue la primera sede del periódico EL FARO. El auge tuvo lugar entre los años 40 y los 60. «Contratábamos orquestas buenas. Aquello hacia temblar a Candás. Había más gente fuera escuchando la música que dentro», explica Gutiérrez. Dentro, ya no cabía un alfiler.

 

El candasín rememora que había un cajón donde guardaban el dinero de las entradas. Cuando terminaba el jolgorio, lo vaciaban sobre la mesa de la cocina. «Esa misma noche salíamos a la mar con el Jorge Juan. Entrábamos cargados con toneladas de chicharrón. Era un no parar lo que luchábamos mi hermanín del alma y yo. Toda la vida juntos», expone Gutiérrez, quien aún lamenta la pérdida de su hermano, fallecido en 2004. Y lanza una pregunta. «¿Qué necesidad había teniendo aquella pila de monedas? Otros hombres hubieran cogido un puñado y marchado a correr la noche», incide el «capataz de todo» y cuyo único vicio fue la mar. «Para mí significa todo lo que soy. Ahora ya no soy yo», finaliza.

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